Acto I
La acción transcurre en San Petersburgo en tiempos de la zarina
Catalina II, La Grande. Día apacible en el parque. Entre alegres
cánticos de madres, niños y sus niñeras, Chekalinski y Surin,
oficiales del ejército, charlan sobre la partida de cartas de la
noche anterior y del enigmático comportamiento de uno de sus
compañeros, Herman, un hombre de carácter sombrío que acostumbra a
permanecer en silencio observando con misterio el juego, sin llegar
a participar. Aparece Herman con su amigo el conde Tomski, a quien
confiesa su amor por una joven desconocida que ha visto varias
veces por el parque, aunque la considera inalcanzable, pues él
carece de fortuna y está por debajo del estatus noble de la
muchacha. Poco después llega el príncipe Yeletski con su prometida,
Lisa, y la abuela de ésta, una rica condesa. La desolación y el
estupor invaden a Herman cuando descubre que Lisa es la mujer de la
que se ha enamorado.
Tomski cuenta a sus compañeros el rumor según el cual la condesa
logró amasar una gran fortuna en su juventud jugando a las cartas,
apostando siempre a tres cartas concretas, un secreto que le confió
en París un conde aficionado al ocultismo que estaba prendado de su
belleza. Desde entonces, solo han conocido el secreto su marido y
un amante de su juventud. La dama fue advertida por un espectro de
que perdería la vida cuando un tercer hombre, apasionadamente
enamorado, intentara arrancarle esta información. Herman queda
fascinado por esta historia. En su cabeza comienza a rondar la idea
de averiguar las codiciadas cartas y conquistar a Lisa.
Lisa ha quedado hechizada por la personalidad apasionada de Herman.
A solas en su habitación, medita, dubitativa, sobre su compromiso
con Yeletski. Sus pensamientos se desvanecen al irrumpir Herman por
el balcón, quien le manifiesta su ardoroso amor, llegando incluso a
amenazar con suicidarse si no es correspondido. La tensión cesa con
la entrada de la condesa, que viene a dar las buenas noches a su
nieta, lo que obliga a Herman a esconderse. Tras la marcha de la
anciana, Lisa intenta despachar a su seductor, pero no logra
controlar sus impulsos hacia él y cae en sus brazos.
Acto II
Se celebra un baile de máscaras en casa de un alto dignatario.
Yeletski asiste acompañado por Lisa, a la que trata con
extraordinaria amabilidad al percibir su semblante triste. Herman
merodea por el salón, absorto con la obsesión cada vez más
enfermiza por descubrir el secreto de las tres cartas: cree que
sólo así conseguirá ser rico y estar a la altura de Lisa. Un
interludio lírico ameniza la velada. Lisa entrega a Herman la llave
de su habitación esperando reunirse con él por la noche. La escena
concluye fastuosamente con la llegada a la fiesta de Catalina
II.
Medianoche. La condesa en su habitación rememora con nostalgia sus
años de felicidad en Francia. No tarda en quedarse dormida. Herman
accede sigilosamente a la estancia. La anciana despierta y él le
implora que le revele cuáles son las tres cartas. Fuera de sí,
Herman insiste con agresividad, esta vez amenazándola con la
pistola. La condesa muere del susto y con ella su codiciado
secreto. Lisa entra en la habitación y cuando descubre horrorizada
la escena expulsa a Herman.
Acto III
Herman recibe una carta de Lisa en la que le cita a verse en el
muelle del río Neva y le pide perdón por culparlo de la muerte de
su abuela. El joven, en estado de alucinación, revive el funeral de
la condesa. La difunta anciana se aparece en su habitación en forma
de espectro y le desvela las tres cartas: tres, siete y as. Más
tarde, en el muelle, Herman, completamente fuera de sí, detalla a
Lisa, riendo a carcajadas, cómo murió la condesa y que ésta le
confió el secreto de las cartas. Ahora solo piensa en ganar dinero.
Lisa intenta salvarlo de su locura pidiéndole que huya con ella,
pero Herman se aleja corriendo, rumbo al casino. Lisa, desesperada,
se arroja al río.
En el casino Herman comprueba alucinado el poder de las cartas
ganando las dos primeras apuestas al tres y el siete. En la tercera
mano apuesta todas sus ganancias al as y todos se retiran, a
excepción de Yeletski. Pero no aparece el esperado as, sino la dama
de picas. El espectro de la condesa sonríe triunfante ante la
perturbada mente de Herman, quien, desesperado, se apuñala. En su
último aliento pide perdón a Yeletski y pronuncia el nombre de
Lisa.