Werther

Jules Massenet

20, 23, 26, 28, 31 / V / 2017
Sala Principal

La perfecta unión entre los profundos razonamientos del romanticismo alemán de Goethe y el sensible melodismo del XIX francés de Massenet. Un canto al amor romántico, desesperado y trágico.


 

 

Duración aproximada: 3 h

Dirección musical
Henrik Nánási

Dirección de escena
Jean-Louis Grinda

Escenografía y vestuario
Rudy Sabounghi

Iluminación
Laurent Castaingt

Videocreación  
Julien Soulier

Escolania de la Mare de Déu dels Desemparats
Luis Garrido, director

Escola Coral Veus Juntes de Quart de Poblet
Míriam Puchades y Lucía Durá, directoras

Orquestra de la Comunitat Valenciana

Nueva coproducción
Palau de les Arts, Opéra Monte-Carlo

Werther
Jean-François Borras

Charlotte
Anna Caterina Antonacci

Sophie
Helena Orcoyen

Albert
Michael Borth *

Le Bailli
Alejandro López *

Schmidt
Moisés Marín *

Johann
Jorge Álvarez *

Brühlmann
Fabián Lara *

Käthchen
Iuliia Safonova

* Centre Plácido Domingo

Acto I

Finales del siglo XVIII. En las afueras de Fráncfort. Un viudo Magistrado de avanzada edad y con familia numerosa ensaya con sus hijos más pequeños un villancico en pleno verano, situación que resulta divertida a sus vecinos y amigos Schmidt y Johann. Poco después llega el joven Werther, un poeta enamoradizo que va a acompañar a Charlotte, hija del Magistrado, a un baile en lugar del prometido de ésta, Albert, que no se encuentra en la ciudad. Tras la partida de los dos jóvenes, el Magistrado marcha a la taberna cercana a reunirse con sus amigos. Inesperadamente regresa Albert, quien tan solo encuentra en la casa a Sophie, hermana de Charlotte, con quien conversa sobre los planes de su boda con Charlotte. De regreso del baile, Werther declara su amor a Charlotte. La muchacha, a pesar de sentirse atraída por él, le confiesa que prometió a su madre en el lecho de muerte que se casaría con Albert, y por tanto deben separarse. El joven se marcha decepcionado.

 

Acto II

Tres meses más tarde Charlotte y Albert, ya casados, caminan hacia la iglesia. Werther, en un estado depresivo preocupante, sale a su encuentro. Albert hace todo lo posible para animarlo. También Sophie intenta consolar al atormentado joven con su encantadora personalidad. Más tarde, a solas con Charlotte, Werther vuelve a rememorar aquel primer encuentro entre ambos. La muchacha considera que lo mejor para su bienestar es que se ausente un tiempo de la ciudad. Werther huye sumido en la desesperación.

 

Acto III

Es Nochebuena. Charlotte lee las cartas de Werther consciente de que lo ama, cuando es sorprendida por éste, que acaba de regresar a la ciudad. Sus sentimientos hacia ella son ahora todavía más profundos. Werther lee un pasaje de su traducción de Ossian (“Pourquoi me réveiller”) en el que el poeta prevé su propia muerte. Emocionado, se dispone a abrazarla y le expresa cuánto la ama, pero ella, decidida a seguir fiel a su marido, lo rechaza y determina que nunca más volverán a verse. Werther, enormemente triste, se marcha resuelto a poner fin a su agonía. Cuando Albert regresa a casa y encuentra a Charlotte tan apenada comprende la situación. Poco después, el criado trae un mensaje de Werther solicitando a Albert que le preste sus pistolas para un largo viaje. Albert obliga a su esposa a entregar las armas al criado. Ella, intuyendo una tragedia, marcha precipitadamente tras el criado una vez que Albert la ha dejado sola.

 

Acto IV

Charlotte irrumpe en la casa de Werther. Pero es demasiado tarde. El joven se ha disparado y yace en el suelo moribundo. Ella lo sostiene entre sus brazos y le confiesa que lo ama. Werther, feliz al oír sus palabras, muere en paz mientras suena la canción navideña de los niños.

Werther, un anillo de compromiso trágico y romántico

Decía Goethe que su mayor acierto a la hora de escribir Werther fue darla a conocer justo en el momento adecuado. El libro, servido en el frasco pequeño del género íntimo y epistolar, surtió el potente efecto de las esencias más poderosas y su divulgación supuso un profundo revulsivo en la sociedad culta dieciochesca, sobre todo entre los círculos juveniles y eruditos del momento.

Werther es paradigma de un periodo revolucionario en lo estético -y su trascendental correlato sociopolítico en la Revolución Francesa de 1789-, en el que el conflicto social y la actitud de protesta contra lo estable y lo establecido, prefiguran una nueva concepción de la vida para una juventud que vive la quimera de ser un mundo y aspirar a otro distinto nuevo en exceso. Situada entre los dos polos de esa encrucijada, la muerte se alza como la verdad de la vida para una humanidad que empieza a quedarse sin dios y sin reyes y gobierna su vida, a menudo a su pesar y casi siempre sin saber, tempestuosa y libre. En esa libertad, la muerte voluntaria ya no ha de ser un estigma ni un acto penalizado por el temor de dios, sino que se convertirá en un estético fin y una respuesta ética a los nuevos tiempos prerevolucionarios: Werther, libre de todo dominio que no sea el del amor, decide su muerte como la forma de libertad más absoluta.

Más de un siglo transcurre desde la publicación de la novela del poeta alemán, en 1774, hasta que Jules Massenet repara en ella y la convierte en su ópera más particular. El compositor de Le Cid, Thaïs o Herodiade, ejemplar representante de la ópera decimonónica francesa de las postrimerías románticas e icono del más hermoso y melódico decadentismo estético fin du siècle, se ciñe con Werther el anillo auroral del germanismo tormentoso y revolucionario que, vía Richard Wagner, ha pulverizado las formas de la ópera romántica.

La asistencia del compositor francés a una función del Parsifal wagneriano en 1886 y la posterior visita a la casa natal de Goethe, parecen estar en la base de la revolución estilística efectuada por Massenet, que ya andaba cautivado por la figura del joven suicida desde 1880, una personalidad conectada con la del artista decadente del París finisecular, a menudo asociada con la de poetas como Verlaine, Rimbaud o incluso Wilde.

Son evidentes las trazas del influjo wagneriano en la redacción musical de Werther y, aunque Massenet no renuncia a su natural melodismo fértil, éste ya no ha de verse en las formas cerradas de la Grand Opéra sino en la nueva articulación melódica germánica -casi infinita en su indefinición-, en el empleo del leitmotiv y en la naturaleza viva de la orquesta, dialogante, sugestiva y atenta con la palabra cantada; descriptiva compás a compás y casi nunca acompañante superflua.

Su estreno vienés en alemán, el inicial rechazo que sufrió en Francia y la propia denominación que libretistas y compositor dan a la obra, Drame Lyrique, no hacen sino ahondar en el sentido de comunión filogérmánica que Werther, a modo del anillo que encierra en su círculo todo un siglo romántico, pone en el dedo maduro de Massenet en 1893, fecha en que esta ópera se estrena.

En un tiempo ya de Vanguardias, que no son sino revoluciones, así como el Werther de Goethe anunciaba la Revolución Francesa, el de Massenet proclama las tormentas políticas y estéticas del siglo XX.

Anselmo Alonso Soriano

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