Tancredi

Gioachino Rossini

23, 25, 27, 29 / VI / 2017 · 1 / VII / 2017

 

Sala Principal

Tancredi, o Rossini en el despertar de sus triunfos. Un canto al amor a pesar del propio amor -al amor enloquecido-, a la fuerza del sentimiento y al sentido del honor.


 

 

Duración aproximada: 3 h 20 min
Acto I: 1 h 10 min
Pausa: 25 min
Acto II: 1 h 45 min

Dirección musical
Roberto Abbado

Dirección de escena
Emilio Sagi

Escenografía
Daniel Bianco

Vestuario
Pepa Ojanguren

Iluminación
Eduardo Bravo

Coproducción
Opéra de Lausanne, Teatro Municipal de Santiago de Chile

Cor de la Generalitat Valenciana
Francesc Perales, director

Orquestra de la Comunitat Valenciana

Tancredi
Daniela Barcellona

Amenaide
Jessica Pratt

Argirio
Yijie Shi

Orbazzano
Pietro Spagnoli

Isaura
Martina Belli

Roggiero
Rita Marques *

*Centre Plácido Domingo

Acto I

Siracusa (Sicilia), hacia el año 1000. La ciudad está acechada por la guerra entre el Imperio Bizantino y los sarracenos comandados por Solamir. También por los conflictos internos entre dos familias nobles rivales, cuyos respectivos líderes son Argirio y Orbazzano. Solamir, enamorado de Amenaide, la hija de Argirio, alberga la esperanza de casarse con ella para sellar una alianza entre sarracenos y siracusanos. Sin embargo, la joven está enamorada en secreto de Tancredi, un soldado de Siracusa que fue desterrado injustamente años atrás. En el palacio de Argirio tiene lugar un encuentro entre éste y su enemigo Orbazzano, quienes firman la paz para combatir juntos al enemigo exterior: Solamir. Argirio firma este pacto concediendo la mano de Amenaide a Orbazzano. Ella, que acaba de enviar una carta a Tancredi, se horroriza al conocer la noticia y pide a su padre que retrase la boda, a lo que éste se niega aduciendo deberes patrióticos. Tancredi, que ha desembarcado secretamente en Siracusa, merodea por el palacio hasta que consigue ver a Amenaide. Ella le pide que huya inmediatamente de la ciudad sin darle explicaciones, pues sabe que se cierne sobre él la condena a muerte por supuesta traición. Poco después se inicia el rito nupcial entre Orbazzano y Amenaide en una plaza pública. Tancredi, entre los presentes, al ver que es Amenaide quien se casa, cree entender que ella no le ama y, a continuación, se ofrece a Argirio -sin revelar su identidad- para luchar en defensa de la ciudad. Aparece Orbazzano con una carta de Amenaide que han interceptado sus hombres al esclavo que la llevaba a territorio enemigo. En la misiva, la hija de Argirio pide al desconocido destinatario que vaya a Sicilia. Todos los presentes, Tancredi y Argirio incluidos, deducen que el escrito va dirigido a Solamir, por lo que Amenaide es acusada de traición y conducida a prisión.

Acto II

Argirio, destrozado moralmente, firma la sentencia de muerte de Amenaide tras un debate interior entre su deber patriótico y el amor por su hija. El valeroso Tancredi, pese a sentirse amorosamente traicionado, desafía a Orbazzano a duelo en defensa de la vida de Amenaide. Poco después, la multitud vitorea a Tancredi como vencedor. Él desea partir enseguida. Amenaide intenta detenerlo, aunque sin éxito, pues él la sigue considerando infiel. La joven descubre ante su padre la identidad de Tancredi para hacerle ver que él no es en absoluto un traidor. Finalmente, Tancredi parte junto a Argirio a luchar contra los sarracenos, a los que consiguen derrotar, aunque Tancredi resulta herido de gravedad. El héroe solicita ser conducido ante Amenaide. Todas las sospechas del guerrero se desvanecen cuando Argirio desvela que la carta iba destinada a Tancredi. Vencido por el dolor de las heridas, Tancredi muere en brazos de Amenaide.

Tancredi, la compleja armonía dramática y el desnudo final de Ferrara.

Tenía Gioachino Rossini poco más de 22 años cuando el teatro La Fenice de Venecia le encargó componer una nueva ópera. Para la ocasión, el joven compositor y el poeta libretista Gaetano Rossi, pusieron su atención en la tragedia en cinco actos de Voltaire, Tancrède, estrenada en 1759. Músico y poeta propusieron al teatro veneciano una elaboración tan personal como fiel al planteamiento dramatúrgico de Voltaire. Sin embargo, optaron por dulcificar el final trágico para coronar su obra con un lieto fine poco acorde con el espíritu romántico, pero muy en la línea del gusto aún en vigor.

Más de tres meses se tomó Rossini para componer su Tancredi, algo inaudito en el joven Gioachino, que compuso, al parecer, alguna de sus obras maestras en 18 días. Tancredi fue algo más que una ópera de encargo y Rossini no dudó en satisfacer sus propias necesidades estéticas, consolidándose como artista creador y autónomo que ejerce en libertad su profesión.

Y esa libertad pasaba por tomar el control completo del proceso creativo, siguiendo verso a verso la composición poética de Rossi para el libreto y escribiendo él la totalidad de la obra, con lo que evitaba la práctica tradicional que dejaba para los maestrillos locales y anónimos la escritura de los recitativos y las arias de los personajes secundarios, conocidas como arias del sorbetto, durante las cuales -según se cuenta- el público aprovechaba para degustar unos helados sin prestar excesiva atención.

El motivo de estas decisiones de índole estética era la inexorable necesidad de nuevas formas del arte para una nueva sociedad, surgida de las cenizas revolucionarias y las campañas napoleónicas. La consecuencia de ello, fue la transformación del modelo de la ópera seria en el de la ópera romántica, que años más tarde culminará con Verdi y Wagner.

Tancredi nace como un producto entre dos mundos: el del dramma per musica del siglo XVIII y el del Romanticismo, que se anuncia con las luces de un alba tormentosa y de expresión nueva. El primero de esos mundos culmina su ocaso con honores: la obertura tripartita, la alternancia de recitativos y números cerrados (arias, dúos, cuartetos, concertante final) el virtuosismo canoro y la tesitura del protagonista, heredera de la tipología del castrato de la ópera seria dieciochesca. El segundo, irrumpe diluyendo las formas cerradas antiguas, introduciendo la variedad y la personalidad teatral de los recitativos, que dejan de ser sólo recitativo secco para diversificarse en recitativo istrumentale y recitativo accompagnato.

En la línea renovadora, Rossini no reclamará al castrado Velluti -un exponente glorioso en activo en 1813, bien conocido por el compositor, pues creó para él el papel titular de su Aureliano en Palmira– sino que hará de Adelaide Malanotte, mujer y contralto, su protagonista. Mucho se podría decir sobre la figura de la mujer en la nueva estética romántica, y poco se ha dicho hasta ahora de los nuevos tintes que la adjudicación de roles masculinos a voces femeninas añadía a la diversidad subversiva romántica.

Los intereses románticos vienen defendidos en Tancredi valientemente por Rossini, que describe a su héroe como el prototipo del antihéroe romántico que culminará con la figura del Siegfried wagneriano: un caballero imperfecto, equidistante entre el peso de sus virtudes y sus valores y las consecuencias de sus desaciertos y errores. Un ser marginal, exiliado y desheredado, que actúa al margen de la ley establecida en busca de un mundo nuevo. Un hombre al fin, poco capaz de corresponder la grandeza de su corazón con lo desatinado de su raciocinio.

No menos romántica es la identificación de la obra de arte con los elementos de la naturaleza y sus fuerzas. Lo mejor de dos mundos en una nueva mirada: lo mejor de la melodía italiana con la mejor armonía germana, o lo que Stendhal llamó “la sublime armonía dramática”.

Y como colofón, el final trágico. El compositor no tardó en dotar a su ópera del final deseado poco después de su estreno, para su reposición en Ferrara el 21 de marzo de 1813. El conocido como final de Ferrara tiene un origen doblemente romántico, pues Rossini no puso música al nuevo final con textos de Gaetano Rossi, sino que fue otro el autor: Luigi Lechi, poeta de cierto mérito y a la sazón amante de Adelaide Malanotte, la primera Tancredi.

El final trágico, severo y realista, se aparta completamente del finale de comienzos del siglo XIX. En él han desaparecido las florituras y la coloratura, casi toda orquestación, las frases elaboradas, las repeticiones y las cadencias para dar paso a un simple recitativo accompagnato y una breve cavatina finale que canta el moribundo con la cuerda sola, en una escena de muerte directa y descarnadamente creíble.

Este final se conservó en un manuscrito entregado por el mismo Rossini a Lechi y que sus herederos conservaron en el archivo familiar hasta que, en 1976, fue entregado al maestro Alberto Zedda, que lo publicó y que promovió su inclusión en representaciones públicas. Según escribe Philip Gossett, dicho manuscrito contiene una certificación de autenticidad autógrafa de Rossini que dice: “Yo declaro, y no sin vergüenza, que éste es un autógrafo mío de 1813. Fue escrito en Venecia, en aquellos días. Aujourd’hui c’est autre chose”.

 

Anselmo Alonso Soriano